En Cuba la tradición de leer en voz alta en
las fábricas de tabaco a operarias y operarios se convirtió en un hábito
social. Esta tradición comenzó en 1865. Saturnino Martínez, fumador consumado,
periodista y poeta publicó en esa fecha el periódico La Aurora, publicación de
avanzada para la clase obrera que sirvió para ilustrar a la capa social de los
trabajadores del tabaco principalmente, y tuvo la brillante y altruista idea de
utilizar lectores durante la jornada laboral. Así, en la fábrica El Fígaro se
dio inicio a la lectura en tabaquerías cubanas, costumbre que ha seguido hasta
el día de hoy. Muchas veces estas lecturas eran consideradas subversivas porque
la isla vivía bajo el régimen colonial español que vio su fin en 1898. Sin
embargo, estas lecturas clandestinas fueron el mayor fermento nutricio de los
obreros, además de que constituían un entretenimiento nada banal pues se leían
en dichas tertulias obras de Víctor Hugo, como Los Miserables; de Alejandro Dumas como El Conde de Montecristo, que dicho sea de paso, bautizó una de las
marcas más populares; de William Shakespeare, cuya obra Romeo y Julieta también sirvió como marca a otro habano muy
codiciado en el mundo; de Balzac y Stendhal, de Edgar Allan Poe y Herman
Melville y de muchos de los más notables escritores españoles, cubanos y
latinoamericanos así como la imprescindible lectura de la prensa diaria.
Es notable hoy, y lo fue ayer, la capacidad
que estos trabajadores pueden mostrar repitiendo de memoria capítulos de obras
clásicas de prosa y de poesía. Quiero recordar que los discursos patrióticos
del poeta nacional de Cuba y héroe de la independencia frente a España, José
Martí, fueron leídos en voz alta en las tabaquerías de Tampa y Cayo Hueso a los
tabaqueros que vivían exiliados en esas ciudades norteamericanas. La lectura de
estos discursos que Martí pronunció en esos centros de trabajo le hicieron
comentar a su regreso a Nueva York que los tabaqueros eran incondicionales
aliados de la causa de la libertad de la isla.
La actividad del torcedor de tabaco no cesa
ni aun en los momentos finales de la lectura. Con la chaveta o cuchilla curva,
que es el utensilio ideal para cortar la hoja y luego enrollarla, golpean en la
mesa de madera en señal de agradecimiento al lector que le ha proporcionado,
sin duda, horas de gran placer y aventuras, y para rechazar al lector si no
convence o si ha escogido una obra de poco interés, las tiran al piso en señal
de desaprobación. Muchos de estos trabajadores inducidos por la lectura se
decidieron, en épocas de difícil acceso a la escuela a aprender a leer y a
escribir lo que hizo posible que esta capa social fuera la más capacitada del
país.
El oficio del lector era y es sagrado. Sigue
una disciplina rigurosa y como dice Araceli Tinajero en su libro El lector de tabaquería "los
talleres siguieron el modelo conventual de elaborar una serie de reglas de
conducta donde se enumeraban las horas de entrada, de salida a las actividades
regulares, el silencio, el respeto y las buenas costumbres. Por ejemplo, los
artesanos tenían que lavarse las manos en la mañana, hacer la señal de la cruz,
ofrecerle su trabajo a Dios por medio de una plegaria y después comenzaban a
trabajar".
El Consejo Nacional
de Patrimonio de Cuba incluyó la lectura de tabaquería en Patrimonio Cultural,
reconociendo así la singularidad de esta tradición que no existe en ninguna
otra parte del mundo.
Cuba aspira también a
que el oficio del lector en las fábricas de tabaco sea incluido por la Unesco en su lista de Patrimonio Intangible de
la Humanidad,
por su originalidad y porque ha salvaguardado un tesoro de la memoria viva de
una colectividad sui géneris.
Los libros, es sabido, no piensan por
nosotros sino que nos enseñan a pensar y a soñar. Son como escribió el poeta
norteamericano Walt Whitman, "diminutos barcos fletados desde la
antigüedad, en ellos hemos viajado entre aguas quietas y turbulentas para
enfrentar todo tipo de aventuras".
Los tabaqueros cubanos lo han sabido siempre,
y con la lectura de las obras de los grandes autores han logrado seguramente
una calidad más alta y refinada del tabaco. Concentrados en una novela, un
poema o un simple anuncio clasificado, no miran al lector nunca sino que le
imprimen a la hoja esa pasión por lo que escuchan, por las aventuras que viven
y los sueños que sueñan para que el placer de los que hacen arder la hoja se
convierta en éxtasis supremo. Y recuerde, querido aficionado, cuando usted crea que
su tabaco ya le ha complacido lo suficiente, no lo apague en el cenicero, no lo
humille, déjelo morir, lenta y dignamente.
Fuente: Granma.com
Libro
recomendado:
En
este bien documentado y ameno libro, la investigadora mexicana Araceli Tinajero
nos entrega la historia y el retrato de una de las figuras más distintivas de
la cultura cubana, el lector de tabaquería, que surge en la encrucijada de
importantes prácticas sociales, políticas y literarias. El lector de
tabaquería: Historia de una tradición cubana recibió Mención Honorífica en la
categoría de ensayo histórico-social del Premio Casa de las Américas 2006
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